Mi primer encuentro con la poesía tuvo lugar en el hogar, a través de los escritos de mis padres, quienes eran ávidos amantes de este género literario. A la edad de 15 años, me sumergí en sus textos, transcribiéndolos al ordenador, pues estaban escritos a mano. Fue durante este proceso cuando me percaté, fascinado, de la belleza narrativa que hábilmente mis padres dotaban a la expresión poética. Aunque en aquel momento no despertó ninguna inquietud en mí, seguramente sembró la semilla que, con el tiempo, germinaría en mi trabajo fotográfico.
Años más tarde, ingresé en el taller fotográfico de mi ciudad natal, Roquetas de Mar. Allí, comencé desde cero mi formación en este fascinante arte de capturar imágenes. Esta etapa fue fundamental en mi desarrollo y la recuerdo con gran aprecio por el ambiente enriquecedor que impregnaba cada una de las clases.
Para contextualizar, la fotografía que acompaña estas líneas describe un momento especial en el cual mi profesora, un compañero y yo (siendo yo el fotógrafo) estábamos revelando una fotografía estenopeica de gran formato, tomada en una de las habitaciones del taller convertida en cámara oscura. Fue una experiencia mágica presenciar el proceso de captura en su interior.
Mientras lavábamos la imagen tras el fijado, tres cuadrados consecutivos se proyectaron sobre la pared opuesta a la ventana del cuarto de lavado y secado. Esta imagen me evocó inmediatamente los fotogramas de una película fotográfica. Impulsado por una inspiración casi instintiva, tomé una copia de una imagen revelada de un compañero que se encontraba secándose y la coloqué en uno de los cuadrados, recreando así una escena reminiscente de una película poética. En ese momento, no era consciente de que había trabajado la poesía con la cámara; lo importante fue que esta experiencia despertó en mí la necesidad de comunicar ideas a través de imágenes.
Han transcurrido años desde aquel momento mágico, que recuerdo con especial cariño por ser mi primera experiencia con la poesía visual. Hoy, sigo impulsado por ese hechizo al fotografiar la naturaleza. Son instantes en los que los elementos del paisaje trascienden la realidad y se conectan con un mundo de significados renovados que evocan, donde me siento protagonista de esa historia.
P.D. «Veintidós años después de aquel mágico instante en el taller fotográfico, por pura casualidad descubrí la identidad de la chica que protagonizaba el fotograma de aquella película. Ni siquiera yo sabía que era ella, y mucho menos ella tenía conocimiento de esa imagen. Este hallazgo me hizo meditar sobre el poder de la poesía visual para trascender las barreras del tiempo y el espacio, tejiendo conexiones inesperadas entre las personas y generando lazos emocionales profundos».
Muy interesante el artículo. Que curioso que tus comienzos fuesen con la fotografía estenopeica y los míos( en la fotografía» lenta» fueran en un taller con Togo y con David, que me cogieron muy verde pero me cambió la mirada fotográfica….
Este año he empezado en la escuela de artes y oficios de Vitoria un curso de foto lenta y análoga…. un abrazo David
Muchas gracias David por pasarte por este espacio. Este año yo también vuelvo al taller para experimentar con procesos analógicos en busca de nuevas inspiraciones, me apetece mucho. Enhorabuena por el camino académico que has decidido seguir, seguro que te irá genial, un fuerte abrazo y me alegro saber de ti.