CONVERSANDO CON LA POESÍA II

Mi segundo encuentro con la poesía visual surgió una vez más de manera fortuita e inconsciente, pero esta vez en el corazón de la naturaleza. Era un periodo de transición, abandonando poco a poco mi inclinación por fotografiar todo a mi paso para sumergirme en el mundo natural que me rodeaba. Todavía me encontraba en esa era peculiar, quizás nostálgica para algunos, en la que cargar un rollo de película en la cámara era parte del ritual fotográfico.

Recuerdo claramente aquel día en el bosque de eucaliptos, mientras canalizaba el agua para regar el olivar. Quedé cautivado por las inscripciones amorosas que algunas parejas habían tallado con navajas en los troncos de esos árboles. La estética de esas cicatrices me atrapó de inmediato, y al terminar la jornada laboral, comencé a fotografiarlas. Mientras exploraba los troncos en busca de esos grabados, nuevos estímulos capturaban mi atención sin cesar.

Sin embargo, fue una tarde en particular la que avivó de nuevo la chispa de la comunicación poética que reside en cada elemento del paisaje, transportándome más allá de su mera existencia. Un nudo de rama caída capturó mi atención con su expresión penetrante y cautivadora. Fotografié aquel ojo ficticio junto a otras cortezas que, de manera curiosa, evocaban para mí la mitad del rostro de un payaso. Pero para otros, esa misma imagen sugería el perfil imponente de un majestuoso caballo.

En aquel momento, no fui consciente de que estaba trabajando la poesía. Sin embargo, eso pasó a segundo plano frente a la importancia de sentir una vez más esa conexión narrativa con los elementos del paisaje. Parecían impacientes por abandonar su existencia cotidiana para adentrarse en un reino de fantasía, donde cada árbol, cada rama, cada detalle, se animaba con una historia única por compartir.

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