Hace unos años, en un cumpleaños especial con amigos fotógrafos, recibí un regalo que ha cambiado mi camino artístico: el libro Obras maestras de Chema Madoz. La manera en que Madoz utiliza objetos cotidianos para crear significados poéticos lo ha consolidado como el fotógrafo simbolista más importante de nuestro país y le ha valido el Premio Nacional de Fotografía en el año 2000. Desde entonces, este libro es una fuente constante de inspiración para mí; una ventana que me invita a explorar nuevas formas de ver y expresar a través de la fotografía.
Cada vez que hojeo sus páginas, recuerdo mi infancia, cuando veía a mis padres, amantes de la poesía, buscando la belleza a través de las palabras. Me sorprendía cómo podían expresar ideas y emociones profundas solo con el lenguaje. Esa misma esencia la encuentro en el trabajo de Madoz, que transforma su vida cotidiana en poesía visual. Sus fotos no solo muestran objetos; también les dan un nuevo significado. En su obra reconozco el mismo deseo que tenían mis padres de capturar lo simple, explorando nuevas formas de belleza.
Al explorar su estilo, descubrí una forma de expresión que me cautivó y que empecé a aplicar en mi propia fotografía de naturaleza de manera consciente. En entradas anteriores de esta trilogía, llamada Conversaciones con la poesía, he contado cómo mis primeros intentos con este estilo surgieron de forma espontánea. Aunque creo que la espontaneidad aporta autenticidad, ser conscientes de lo que queremos expresar nos ayuda a enfocar mejor el mensaje.
En mis salidas fotográficas, he encontrado dos maneras de acercarme a la poesía visual: una de forma natural y otra a través de la intervención. No es común encontrar símbolos en la naturaleza de manera espontánea, aunque existen. Sin embargo, muchas veces es necesario intervenir y componer la escena para crear significados más complejos. Esto es similar a lo que se hace en un bodegón, donde cada elemento tiene un propósito en la historia que queremos contar.
Para mí, la poesía visual es un diálogo entre el sujeto y el nuevo significado que adquiere. Ya sea con una toma espontánea o una intervención cuidadosa, el objetivo siempre es comunicar lo que va más allá de lo evidente y evocar nuevas realidades.
Esta fotografía la encontré de forma natural camino a un bosque en Rumanía. Me atrajo el diálogo entre un rosal silvestre y la alambrada de una finca, donde las puntas de acero del cercado evocaban las espinas de la planta. Trabajé el contraluz para suprimir colores y detalles que pudieran distraer la lectura, buscando evocar la esencia de la escena solo a través de las formas.
Estas imágenes forman parte de la serie Armonía entre reinos, donde la intervención es clave para construir un diálogo respetuoso entre animales y plantas. En mis salidas fotográficas, recolecto fragmentos del entorno —libélulas y mariposas ya sin vida, ramas caídas, hojas secas— y con ellos compongo cada poema visual, en un estilo cercano al bodegón de naturaleza muerta. Solo en ocasiones incluyo animales bajo control, como el caracol que busca su símbolo. La imagen que la acompaña muestra las alas de una libélula sin vida, evocando las hojas de una planta.
Qué bonito!
Muchas gracias Natalia por pasarte por aquí y dejar tu comentario. Me alegra saber que te ha gustado, saludos.