Entrevista realizada por la socia Alejandra Brusadín al fotógrafo Juan Tapia
¿Cuándo y cómo llegas a la fotografía en general y a la de naturaleza en particular? Breve hoja de vida en la fotografía.
En el año 2002 decido coger una vieja Minolta que había en casa para inscribirme en el taller fotográfico de mi ciudad, Roquetas de Mar. Aquí comienzo a formarme y descubro mi vocación por este mundo. En esta primera etapa afianzo la parte técnica del equipo desarrollando diversas temáticas. Poco a poco, y sin pensar demasiado en ello, comienzo a captar con mayor asiduidad la naturaleza. Posiblemente, este interés por el mundo natural surge por amarla desde la niñez dentro de un grupo de Scout. Cinco años después me entrego completamente a inmortalizar el mundo de las aves. Fue una etapa de mucho sacrificio, madrugones y largas esperas de hide; aun así fue realmente apasionante. La colección de especies, el estancamiento personal y la falta de tiempo me empujó a buscar nuevas experiencias. A partir del año 2011 comienzo a explorar el paisaje en su versión más angular, aunque pronto me empezó a interesar esas escenas más íntimas y cerradas. En el año 2015 imparto, como docente, mi primer taller de fotografía junto a mi compañero David Santiago, y desde entonces, no hemos parado. En la actualidad combino mi profesión como agricultor de hortalizas con mi vocación por la fotografía.
¿Cómo definís el tipo de fotografía que haces?
Es muy complejo tratar de definir o poner ciertas etiquetas a determinados estilos fotográficos, y más aún cuando se trata al de uno mismo. Me apasiona fragmentar el paisaje con teleobjetivos y macro objetivos para buscar escenas más íntimas y menos evidentes. Esta mirada más cerrada, hacia el micro paisaje, me permite dialogar con el mundo de la subjetividad y ofrecer al espectador la posibilidad de imaginar. Para ello, me muevo constantemente entre lo abstracto y lo simbólico, quedando así relegado de mi archivo el realismo. Si clasificáramos las fotografías en dos grandes grupos y sin matices, respondería que mi fotografía la veo más entre lo artístico que lo documental.
¿Cómo es el proceso que deriva en esa visión? Hubo un momento puntual que te llevo a transitar la fotografía artística?
Mi andadura por el mundo de la fotografía comenzó con una mirada mucho más objetiva, con la que trataba de comunicar al mundo todas mis experiencias con la naturaleza. Años más tarde, diferentes acontecimientos en mi vida fotográfica me llevaron a explorar una visión más artística en la que mi creatividad se manifestaba con mayor plenitud y sin límites.
A lo largo de mis 20 años de fotografía transité por la fotografía artística, de forma intermitente, en diferentes ocasiones. El encuentro más relevante con lo artístico, nace con mi profesora del taller de mi ciudad, María José Ortega Poyatos. Recuerdo que para un proyecto anual, sobre los espacios protegidos de Almería, presenté un precioso amanecer del arrecife del dedo en Cabo de Gata. Mi profesora, que mamó lo artístico en la escuela de Bellas Artes, trató de estimular en mí la creatividad haciéndome ver que aquella fotografía era bonita, pero demasiado evidente y documental. Tras este acontecimiento me impliqué mucho más en el proceso creativo de aquel trabajo. Finalmente, logré crear un paisaje surrealista con seis imágenes realizadas en distintos parajes naturales, pero que en su conjunto conformaban un paisaje ficticio. Este momento fue muy importante en mi evolución fotográfica, porque nació en mí la impronta de querer siempre trascender la realidad en busca de lo imaginario.
¿En qué te inspirás para realizar tus fotos?
La inspiración es algo mágico e inexplicable que llega cuando menos lo esperamos. Cada uno posee sus musas y nos permiten obtener ideas brillantes, en determinados momentos de lucidez.
En mi caso, esa chispa suele proceder de aquellas obras que me atrapan, de los lugares o sujetos que me hacen sentir emociones, de la propia experimentación o de la historia del arte.
Profundizando un poquito más sobre este tema que me apasiona, considero que es muy importante no caer en la imitación cuando tratamos de buscar inspiración. Cuando vemos imágenes de otros, estamos generando un archivo visual muy valioso, en nuestra memoria, si lo sabemos gestionar. Normalmente, vemos y copiamos imágenes, quedando ausente nuestra capacidad creativa. De ellas, debemos de extraer únicamente las ideas para tratar de aportar algo diferente, algo nuestro.
Si te nutriste de maestros en el camino del aprendizaje, ¿nos podes contar quienes influenciaron tu mirada?
Me gusta mucho nutrirme de los grandes maestros de todas las artes, y gracias a ellos, consigo seguir creciendo como persona y fotógrafo. En el ámbito de la fotografía, cuatro españoles han marcado mi camino y me han ayudado a configurar una mirada propia. Mi primer referente fue Isabel Diez, y su obra me enseñó a fragmentar el paisaje en pequeños detalles. Años más tarde, tuve la suerte de conocer al maestro Antonio Camoyán. Su obra “el alma del paisaje”, sobre abstracciones en Río Tinto, me abrió las puertas a un mundo nuevo para mí. En ese mismo año, gracias al proyecto didáctico “un año de fotografía” de José B. Ruiz, me topé con una masterclass de Fernando Puche sobre la mirada personal. Aquella charla me marcó muchísimo y me regaló algunos indicios para forjar mi mirada fotográfica. Fernando se convirtió en otra figura clave en mi trayectoria. Años más tarde, unos amigos me regalaron “Obras Maestras” de Chema Madoz. Esta experiencia visual, por la obra del madrileño, me condujo a explorar otra forma de percibir las cosas a través del simbolismo.
¿En qué porcentaje es importante el estudio y cuánto la experimentación en tu crecimiento como fotógrafo?
Desde mi punto de vista, las dos formas de aprendizaje me parecen igualmente importantes. Cuando aprendemos algo, primero necesitamos estudiar la actividad que queremos desarrollar. Si queremos aprender música, lo primero que tenemos que estudiar es el solfeo para poder crear melodías. Igualmente, cuando decidimos aprender fotografía, necesitamos estudiar todo lo relacionado con el manejo del equipo, la luz o la composición para poder crear imágenes. Esta primera etapa debe ser a través del estudio para construir unos cimientos lo suficientemente sólidos en conocimientos. La necesidad de experimentar suele surgir más adelante, en ocasiones para tratar de obtener ideas nuevas y azarosas, otras en cambio para romper con ciertos bloqueos que el propio aprendizaje académico nos puede proporcionar.
En mi caso, la acción de aprender y desaprender me brinda la posibilidad de estudiar y experimentar continuamente. Cuando aprendo sobre algún aspecto que me interesa, lo aplico y trato de buscarle otra utilidad. En mi primera etapa de aprendizaje me enseñaron a enfocar, a exponer correctamente y a utilizar el trípode para no trepidar la fotografía. Mi evolución fotográfica me ha llevado a experimentar de forma diferente todos esos conocimientos para aprender a desenfocar en busca de abstracción, a quemar ciertas imágenes para evocar un lienzo o a realizar movimientos intencionados de cámara en busca de una estética impresionista.
¿Cuando vas de viaje o decidís salir a hacer fotos, vas con un plan? Tenés las imágenes previamente pensadas o buscas sorprenderte?
Normalmente realizo las dos variables que citas. En ocasiones tengo imágenes latentes en la cabeza que necesito darles vida en determinadas salidas fotográficas. Los resultados obtenidos no me generan ninguna gran sorpresa porque las tengo ya esbozadas en mi memoria. En cambio, otras salidas tienen como propósito principal la búsqueda de nuevos motivos o nuevas formas de fotografiar lo que ya conozco. Se convierte en una auténtica aventura en la que cada descubrimiento me satisface, me sorprende.
¿Qué entrenamiento puede hacer aquel que quiere aprender a visualizar imágenes abstractas, y que tengan impacto visual? ¿Qué recomendación le darías?
A diferencia de nosotros, los pintores abstractos parten de un lienzo en blanco en el que comienzan a expresarse, con total libertad, con líneas y colores. Nuestra forma de construir una representación abstracta es bien distinta, porque partimos de una “realidad” ya encuadrada que tenemos que transformar. Huir de lo figurativo, es decir de figuras reconocibles, es fundamental para comenzar a expresarse con formas y colores.
Existen diversos recursos que nos pueden llevar a experimentar el maravilloso mundo de la abstracción. Los detalles, el desenfoque o los movimientos de cámara, entre otros, nos ofrecerán la oportunidad de descontextualizar a nuestro sujeto y enfatizar sus formas y colores. Este tipo de imágenes suelen provocar en el espectador gran impacto visual, porque lo sitúa en un estado de búsqueda entre lo que ve y lo que le sugiere la imagen.
¿Sabemos que has escrito un libro y sos un reconocido formador en tu país. Puedes contarnos acerca de él y de cómo surgió la actividad de formar?
En el año 2015 se produjo otro giro importante en mi carrera fotográfica tras conocer al afamado fotógrafo español David Santiago. Éramos compañeros del colectivo Portfolio Natural, cuando ese mismo año fuimos seleccionados para llevar el comisariado de “PICTIO, en compañía de la pintura”. Fue un proyecto apasionante del colectivo que hermanaba pintura y fotografía. Durante un tiempo, David y yo buscamos imágenes de nuestros compañeros que tuvieran ciertas reminiscencias pictóricas y posteriormente las seccionamos en siete corrientes pictóricas según su intencionalidad expresiva. Para realizar este arduo trabajo tuvimos que estudiar, durante un tiempo, las vanguardias del siglo XX.
Meses más tarde, David me ofreció la posibilidad de impartir con él un taller de fotografía en Cañamares. Surgió la idea de unir fotografía y pintura para ofrecer al alumnado diferentes maneras de representación visual y potenciar así su creatividad. Nos tomamos un tiempo y comenzamos a desarrollar una serie de recursos tanto técnicos como narrativos para conseguir imágenes abstractas, impresionistas, simbólicas, minimalistas, románticas… El concepto del taller fue todo un éxito entre los asistentes y ello nos abrió las puertas de la docencia hasta el día de hoy.
En los talleres, muchos alumnos nos sugerían la idea de plasmar todos esos conocimientos prácticos en un libro didáctico. Aquello no cayó en vano y dedicamos dos años intensos para escribir e ilustrar nuestro libro Pinceladas de luz “dos caminos hacia la creatividad”.
¿Cuál crees que es el legado que dejas con tu trabajo?
Cada charla, artículo o imagen se convierten en grandes oportunidades para dejar algo valioso a futuras generaciones de fotógrafos. Con ello, exponemos nuestro recorrido particular por el camino del aprendizaje con nuestros errores y aciertos. A lo largo de todos estos años, mi inquietud por adquirir una obra cada vez más personal creo que ha sido más que patente. No me considero un fotógrafo técnico, aunque quizás lo único que pueda dejar con mi trabajo sea la forma de mirar la naturaleza.