CUANDO RENUNCIAMOS AL LUGAR

Artículo publicado en la revista digital NATURE ART#

Cuando visitamos un lugar en particular, normalmente lo hacemos pensando en ciertas temáticas o bondades que lo engrandece. Me viene a la memoria: las texturas de la playa del silencio, el otoño en Irati, los acantilados en costa quebrada, etc. Para muchos, quizás sería un sacrilegio presentarse en el cañón de Ordesa y fotografiar una nube.

Sin embargo, esos momentos en los que decidimos «renunciar al lugar» tienen sus razones y, en la mayoría de los casos, están vinculados a nuestras motivaciones personales. Este aspecto me parece muy interesante y, por eso, he decidido desarrollarlo a lo largo de este artículo con una experiencia personal.

En primer lugar, permíteme situarte: me encontraba en Cañamares para dar un taller junto a mi compañero David Santiago. Normalmente, llegamos al lugar unos días antes para preparar todo y nos quedamos algunos días después para trabajar en proyectos personales. Este paraíso cromático es realmente espectacular, especialmente cuando los mimbres y los árboles caducifolios están en su máximo esplendor. Como mencioné al principio, podría parecer una locura desestimar tal explosión de colores. Sin embargo, en mi caso, esta era ya mi tercera visita, y quizás mis necesidades fotográficas en este lugar habían disminuido un poco.

Aquella mañana, salimos con algunos alumnos que decidieron quedarse unos días más para fotografiar los campos de mimbres. Entre una localización y otra, nos encontramos con una pequeña población de cardos realmente espectacular. La mayoría de los alumnos optaron por incluir estas plantas en un hermoso fondo rojizo, sin querer renunciar a ese color. Sin embargo, lo que más me llamó la atención de los cardos fue la expresividad de sus formas. Esto me motivó tanto que decidí dedicarles toda la mañana.

La primera dificultad que encontré al fotografiarlos fue la cantidad de elementos que se colaban en el encuadre. Para solucionarlo, recurrí a revisar todos los recursos que había aprendido a lo largo de los años. Finalmente, utilicé un pañuelo blanco de papel delante de mi lente macro para «borrar» esos elementos y poder enfocar un punto de interés. Una vez resuelto este aspecto, debía decidir entre un fondo natural o artificial. Después de realizar diversas pruebas, noté que los difuminados blancos que generaban la servilleta y el fondo blanco de mi difusor se fusionaban de una manera muy atractiva. Para resaltar esta idea, opté por una técnica de clave alta. Con la parte técnica resuelta, me centré en la parte estética y expresiva de la fotografía

Después de descubrir el potencial que me ofrecía aquel pequeño vergel, tomé la decisión de trabajar en una línea estética coherente para construir una serie fotográfica. Finalmente, me incliné por utilizar el blanco y negro, ya que este estilo aporta misterio, atemporalidad y elegancia a todos los detalles capturados.

Respecto al mensaje, me centré en la parte media-baja de la planta, ya que para mí era la que mayor expresividad me ofrecía. Básicamente, traté de comunicar todo aquello que me transmitía algo especial: la bailarina, la espiral, el corazón…

En esta parte del proceso creativo es fundamental trascender la pura estética y transmitir al espectador algo más, como pueden ser emociones, sensaciones o ideas. Para lograrlo, nuestra predisposición para percibir todas estas notificaciones de la naturaleza será primordial para dotar a nuestras imágenes de vida. Quizás sería interesante preguntarnos de vez en cuando:

¿Por qué me detuve en este motivo? ¿Qué me transmite?

En muchas ocasiones, durante la sesión, me sentía como un bicho raro. Mientras todos buscaban la emotividad del color que emanaba del entorno, mi visión seguía en monocromo, desnudando la fisionomía de cada individuo.

A media mañana decidieron hacer una parada para desayunar. Cuando pasaron por mi lado, me animaron a ir, aunque en ese momento estaba totalmente saciado de inspiración y motivación. Cuando volvieron, dos horas más tarde, seguía en el mismo lugar, quizás dos o tres metros más a la izquierda. Esta sensación tan hechizante la he vivido en más de una ocasión y os aseguro que es realmente mágico.

Muchos de vosotros, seguro que estaréis pensando por qué fotografío estos detallitos de cardos en Cañamares y no en otro lugar, ya que sería más lógico aprovechar todo su potencial cromático. En parte, estoy de acuerdo, aunque no del todo. Le suelo dar mucha importancia a todo aquello que me hace sentir algo especial, ya sea una piedra, una nube o una hoja. Para mí, un lugar es un simple escenario repleto de elementos visuales que nos pueden cautivar tanto en su conjunto como en su máxima fragmentación.

«Existen multitud de viajes en los que me he rendido a los encantos del lugar; en otros, he renunciado a ellos. Pero sin duda, el destino que más admiro es aquel que me permite reencontrarme con mis danzas interiores.»

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