IN MEMORIAM

“Mi norma de trabajo ha sido siempre pasar por la naturaleza como lo que realmente somos, una sombra que pasa por la vida sin dejar rastro.»  Antonio Camoyán

Con esta entrada quería rendir un homenaje especial a un gran amigo, a uno de mis maestros y a uno de los pioneros en la fotografía de naturaleza de nuestro país: Antonio Camoyán. El pasado 16 de diciembre, falleció en Sevilla a los 79 años de edad después de una larga enfermedad. A todos aquellos que tuvimos la suerte de conocerlo en persona, solo nos quedan un cúmulo de recuerdos y su obra para conectarnos con él. Mi amistad con Camoyán, durante mis primeros años como fotógrafo, me impulsa a contar muchas cosas interesantes sobre el maestro, para que podáis apreciar toda su grandeza como ser humano y artista plástico.

Toda una vida de pasiones y decisiones

Antonio Camoyán nació en el año 1941 en la isla de Santa Cruz de la Palma, rodeado de tierras volcánicas y espectaculares puestas de sol sobre un océano inmenso. Al poco tiempo, se trasladó al Puerto de Santa María y posteriormente a Madrid, debido a los continuos cambios de destino de su padre, que ejercía como médico militar. Finalmente, su residencia definitiva sería Sevilla.

A los 7 años comenzó a sentir la curiosidad por mirar a través del visor de la cámara fotográfica de su padre, un gran aficionado a la fotografía, el dibujo y la pintura. Como no podía ser de otra manera, terminó practicando todas las aficiones de su padre. Con tan solo 9 añitos, tuvo su primera cámara, una Kodak.

A los 18 años, ya había pintado 40 óleos y estudiado a los grandes maestros de la pintura. Sentía una especial predilección por la obra de Van Gogh, aunque también admiraba las obras imaginarias de los artistas españoles Picasso y Dalí. Con el tiempo, terminó enamorándose de la pintura abstracta, concretamente de las obras del español Manuel Viola y de los expresionistas abstractos Fernando Zóbel y Mark Rothko. Tras intentar, sin éxito, dar salida a su obra pictórica en diversas galerías de arte de nuestro país, decide regalar todos sus cuadros a familiares y amigos. Su carrera como pintor había terminado, aunque en ese momento nunca se imaginó que volvería a crear obras abstractas a través de la luz.

Años más tarde, se centró en su carrera de medicina y trabajó en una clínica privada como ginecólogo durante su especialización. Un hecho importante lo llevó a abandonar dicha carrera para entregarse por completo al mundo de la fotografía. José Antonio Valverde fue una figura fundamental para el desarrollo de la protección del Parque Nacional de Doñana. Tras conocer las increíbles imágenes de las marismas de Camoyán, le propuso utilizarlas como documentos gráficos para la divulgación y conservación del entorno natural. Finalmente, Antonio no solo terminó siendo fotógrafo del parque, sino que también ejerció como guía turístico de personalidades destacadas como Miguel Delibes, Severo Ochoa, Felipe de Edimburgo o el rey Hussein de Jordania, entre muchos otros.

Antonio Camoyán posa junto al busto de quien, en su momento, le brindó la oportunidad de dedicarse plenamente a la fotografía. Esta placa en homenaje a su amigo se encuentra en el Centro de Visitantes José Antonio Valverde en las marismas de Aznalcázar (Doñana).

Otro momento crucial en su carrera fotográfica ocurrió cuando fue nombrado jefe del servicio gráfico de las prestigiosas revistas Periplo y Ronda Iberia. Comenzó a viajar por todo el mundo realizando reportajes para estas revistas y, con el tiempo, llegó a ser reconocido a nivel internacional como el fotógrafo de Doñana.

«Por mi formación académica, siempre he pensado que los primeros 15 años del desarrollo de cualquier ser humano son esenciales para su evolución posterior. Es más, cuanto más cercanos al momento del nacimiento sean los estímulos o sensaciones percibidas, más profunda es la impronta que dejan en el transcurso de toda la vida».

Consumía numerosos documentales y revistas que presentaban a los grandes maestros de la fotografía. Entre sus referentes se encontraban Ansel Adams, Steichen, Edward Weston, Cartier Bresson, Minor White y Ernst Haas. También sentía atracción por los españoles Ortiz de Echague, J.Jorba Aulés, Pérez Siquier, Manuel Falces y Joan Fontcuberta.

Entre los galardones más destacados que obtuvo, se encuentran el primer premio mundial de Kodak, el segundo premio mundial de Nikon y el segundo premio nacional de Artes y Costumbres Populares. Como autor, ha escrito más de doscientos artículos sobre la conservación de la naturaleza, una especialidad que él mismo denominaba singularmente como Biofotografía. Además, ha publicado dos libros: «Doñana Patrimonio del Mundo» y «El mundo de Doñana», los cuales actualmente se encuentran agotados. Otro reconocimiento que el maestro valoraba con especial cariño fue cuando seleccionaron una de sus fotografías para la edición del primer sello postal de la Comunidad Europea. Con esta imagen, se convirtió en el autor español con la fotografía más difundida y reproducida a nivel mundial. La fotografía, tomada en su querida Doñana, muestra tres elementos significativos del parque: los alcornoques, las cigüeñas y un sol «gordo, gordo», como él solía decir.

Entre finales del año 1984 y 1986, decide formar parte de la Agencia Andaluza de Medio Ambiente para la protección de los espacios naturales, un organismo que más tarde se convertiría en la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía. En su etapa final, vuelve a sus raíces sintiendo la necesidad de retomar su vocación por la medicina, y se especializa para ayudar a niños y niñas que requieren educación especial en 18 colegios del Aljarafe sevillano. Tras su jubilación, se dedica plenamente a dos de sus pasiones: la fotografía y la pesca.

Con alma de pintor

Debido a su belleza y cercanía, el Parque Nacional de Doñana y Río Tinto se convierten en sus escenarios más frecuentados. Para Antonio, existían dos motivaciones intrínsecas a la hora de fotografiar: el medio ambiente y el color. Esta dualidad está presente a lo largo de toda su trayectoria fotográfica. Durante su etapa en el parque nacional, utilizó la cámara como una herramienta descriptiva para la divulgación y conservación de ese entorno. Por otro lado, el «río marciano» le permitió alcanzar una visión más libre y subjetiva del paisaje. Por lo tanto, su obra siempre ha oscilado entre el documento y el arte.

Su conexión con el Río Tinto surge gracias a su padre, ya que solían visitarlo montados en una Ossa 125cc para explorar la coloración de sus aguas. Tras muchos años amando y fotografiando esta tierra llena de color, su concepto de «paisaje» fue evolucionando gradualmente.

«El alma del paisaje» es un proyecto fotográfico-artístico en el que Antonio se reencuentra con sus raíces, pasiones y necesidades creativas. Por eso, considero que esta obra se convierte en la más personal del maestro, ya que refleja su impronta como fotógrafo, naturalista y pintor. En este trabajo, el paisaje deja de ser una porción de un lugar donde interactúan diversos elementos característicos, para cobrar vida por separado: sus barros, sus espumas, sus rocas, sus colores, sus luces, etc. Esto es lo que hoy se denomina la fragmentación del paisaje.

También trabajó con la metáfora visual para evocar otras realidades y explorar la poesía. Aquí, el concepto de paisaje adquiere otra dimensión al convertirse en una experiencia perceptiva análoga e imaginativa. A este tipo de obras, Antonio las denominaba «figuraciones». Como se puede apreciar en las dos fotografías: en la primera se evocan unas montañas sobre un cielo cálido; en cambio, en la imagen que la acompaña, se representa un conjunto de árboles que conforman un bosque. Este juego interpretativo hacia lo simbólico le permitía trascender la realidad y explorar su mundo imaginario.

Este proyecto culminó en una magnífica exposición que recorrió varios lugares de nuestro país. Algunos de los compañeros de Clave Visual tuvimos la suerte de disfrutarla durante el congreso de aefona en el año 2011, en Alcalá de Guadaira. Las obras eran de grandes formatos impresos sobre lienzo y causaron tal perplejidad en los asistentes que otras exposiciones que se encontraban en la sala pasaron desapercibidas.

Uno de los sueños del maestro era exhibir su obra en el Museo de Arte de Cuenca, fundado por uno de sus ídolos: Fernando Zóbel. Posteriormente, el pintor quedó prendado de los abstractos de Antonio durante un viaje en avión mientras leía uno de sus artículos sobre el Río Tinto en la revista Ronda Iberia. Este reencuentro avivó su ilusión; no obstante, tras la muerte de Zóbel, todo quedó en el olvido.

Podemos apreciar claramente sus fuertes influencias en la pintura abstracta, particularmente en la corriente expresionista americana, liderada por uno de sus pintores favoritos: Mark Rothko. Son numerosas las fotografías en las que Antonio emula los planos cromáticos del artista estadounidense. A través de estas composiciones ricas en color, invita al espectador a realizar una búsqueda introspectiva para su propia interpretación.

El germen de una amistad

En nuestra memoria sensorial, residen numerosos recuerdos, algunos de los cuales permanecen intactos según la intensidad de la emoción que generaron en nosotros. Así, podemos vincular un aroma a un lugar, una melodía a nuestro primer romance o un sabor a las comidas de nuestra abuela. Esta imagen que les presento encierra múltiples recuerdos, entre ellos, el inicio de mi amistad con Antonio Camoyán.

Nuestra amistad floreció en Huelva en el año 2011, durante una ceremonia de entrega de premios. Por aquel entonces, yo era relativamente nuevo en la fotografía de naturaleza y, para ser sincero, no conocía ni al maestro ni a su obra.

Ambos llegamos con una hora de anticipación a la ceremonia, encontrando la sala aún cerrada. Empezamos a conversar y me preguntó sobre mi fotografía premiada. A través del cristal, le mostré la imagen y su respuesta fue una risa, comentándome que había sido uno de los «culpables» de que hubiera llegado tan lejos, ya que él había sido uno de los jueces del concurso. Me mencionó que le fascinaba el Desierto de Tabernas y que le había gustado especialmente mi fotografía, tanto por las líneas que convergían hacia la montaña como por el momento capturado de luz y lluvia.

Después de la entrega de premios, durante el cierre del evento con un catering, continuamos charlando como si nos conociéramos de toda la vida. A pesar de la llegada de personas importantes que venían a saludarlo, en ningún momento me dio la espalda. Más bien al contrario, me recibió como uno más. En ese instante, me di cuenta de que estaba frente a una figura muy destacada en el mundo de la fotografía de naturaleza en nuestro país. Puedo asegurarles que muy pocos fotógrafos renombrados se tomarían el tiempo de «perderlo» con alguien desconocido. Pasé toda la noche haciendo preguntas y, realmente, su sabiduría era abrumadora. Me habló de sus contribuciones en la revista Periplo, de su afecto por Doñana y Río Tinto, y también compartió con entusiasmo detalles sobre una fotografía suya que acabó convirtiéndose en un sello postal, entre otras cosas.

Persistí en preguntarle mucho acerca de Río Tinto, dado que el día anterior había estado allí tomando algunas fotos con mi esposa. A su vez, él me hacía continuas preguntas sobre el Desierto de Tabernas. En ese instante, sellamos un pacto: él me mostraría Río Tinto y yo lo llevaría a mi desierto (aunque por cuestiones de la vida, nunca llegó a visitar mi tierra).

En un acto de confianza, poco tiempo después, lo llamé para organizar una visita a Río Tinto, y aceptó con entusiasmo. Reunimos a varios amigos para este viaje: Fran Rubia, José A. (Chrysaetos), Fede Maroto y yo mismo. Actualmente, los cuatro formamos parte del grupo fotográfico almeriense Clave Visual, y nos llena de orgullo poder compartir esta experiencia en nuestra revista digital.

En la primera imagen, de izquierda a derecha: Juan Tapia, Fede Maroto, Fran Rubia, Antonio Camoyán, Paco Viruez y José A. (Chrysaetos). En la segunda fotografía, tomada por mi amigo Fran Rubia, me encuentro escuchando alguna historietas del maestro durante una parada a la sombra en el Puente de las Majadillas.

Hablo en nombre de todos, y puedo afirmar que fue uno de los mejores viajes de nuestras vidas. La amabilidad de Antonio desbordaba, ya que nos llevó a sus rincones favoritos sin ningún deseo de ocultar nada ni esperar algo a cambio.

Ese mismo día, tras una llamada de Fran Rubia, se unió a nosotros Paco Viruez, un guarda forestal de la zona y aficionado a la fotografía. Gracias a él, tanto Antonio como nosotros conocimos un rincón bastante desconocido llamado el Tintillo.

Después de una intensa mañana, fuimos a almorzar en un bar que Antonio solía frecuentar cuando venía por allí. Era un lugar excepcional, tanto por su deliciosa comida como por su terraza equipada con humidificadores que refrescaban nuestros cuerpos después de una sesión en pleno agosto. Durante el café, Antonio sacó una tablet con toda su obra sobre el Tinto. Comenzó a mostrar carpetas con series fotográficas: espumas, barros, escenas metálicas, planos cromáticos, etc. Cada imagen que veíamos nos arrancaba expresiones de asombro: ¡Ohhh! ¡Qué belleza! ¡Increíbles colores! Todos nos preguntábamos cómo era posible que alguien pudiera capturar tanta belleza de un simple río. Sin duda, este momento se convirtió en una fuente de inspiración y motivación para fotografiar el lugar.

«Memorias de un Fotógrafo de la Naturaleza: Tintomanía»

Durante un tiempo, Antonio Camoyán escribió sus memorias como fotógrafo de naturaleza, compartiéndolas en Facebook mientras lidiaba con su enfermedad. Es un privilegio formar parte de su vida y de sus escritos. Ahora comparto con ustedes su memoria de la «Tintomanía», en la que aparecemos algunos miembros de Clave Visual.

De izquierda a derecha: Álvaro Escobar, Juan Jesús González Ahumada, Fran Rubia, Manolo González, Manuel Gómez y Juan Tapia.

«Hacía mucho tiempo que no me acercaba al Tinto, pero hoy, tras recibir una llamada de mi amigo Juan Tapia que me informaba de su presencia allí con un grupo de amigos, decidí unirme. La tecnología de los móviles es increíble, en diez minutos ya estaba con Juan y su grupo: Fran Rubia, Manuel Gómez, Manolo González, Álvaro Escobar y Juan Jesús G. Ahumada. Nuevas adiciones al exclusivo Club del Tinto. Decido llevarlos a un lugar en el que estoy seguro de que harán buenas fotos. Al llegar, quedan asombrados, con las bocas abiertas; los amantes del Tinto se contagian de la «tintomanía»: se equipan con mochilas, trípodes, sombreros y cámaras. ¡Qué calor hace! y como siempre se dice, «el último en llegar es un cobarde». Tras una hora de trabajo, durante la cual me doy cuenta de su conocimiento en fotografía y su habilidad, los reúno, agotados, para dirigirnos a otro lugar.Ya son las doce y «don Lorenzo» está en lo más alto. La verdad es que lo que desconocen es que su guía, que soy yo, no está seguro de si podrá hacer todo el camino con ellos. Son tres kilómetros de ida y vuelta por un terreno pedregoso y embarrado, y tengo dudas porque me falta un trozo de pulmón y aún no he evaluado mi condición física. Para mi sorpresa, llego al lugar en buenas condiciones e incluso fui el primero, lo que me llena de alegría al constatar que este veterano fotógrafo de setenta y un años todavía puede moverse con soltura.A las dos de la tarde, bajo un sol abrasador, regresamos a Río Tinto pueblo para almorzar. Durante la comida, gracias a la tecnología, me mostraron fotografías en sus móviles que habían tomado en visitas anteriores al Tinto. Para mi sorpresa, debo admitir que estaría dispuesto a dar lo que fuera por haber tomado alguna de las fotos que vi, eran auténticas maravillas. Llegué a casa a las seis de la tarde y caí rendido en mi cama, ¡mi querida cama!«

Un abrazo para todos, en especial para los nuevos afectados por la Tintomanía.

Anécdotas sobre el maestro

Para concluir este largo pero emotivo homenaje, he querido contar con algunas colaboraciones. A Antonio Camoyán le apasionaba relatar las historias que había vivido y acumulaba tantas de ellas en su memoria que parecía un pozo sin fondo. Por ello, me gustaría terminar con cuatro anécdotas narradas desde la emotividad de algunos de sus amigos.

«El Quebrantahuesos» por Javier Ara

«Conocí a Antonio Camoyán en 1974, cuando la fábrica en la que había empezado a trabajar en Sabiñánigo encargó un libro a la editorial INCAFO. Fue entonces cuando Antonio fue enviado para capturar fotografías de paisajes y fauna. Dado que yo conocía bien estas montañas y tenía un interés particular en fotografiar animales, la fábrica me pidió que lo acompañara para mostrarle los lugares adecuados. Aunque tenía tan solo 18 años, fue una oportunidad única compartir unas semanas con Antonio.

En ese mismo año, mientras tomábamos fotografías en el valle de Ordesa, descubrimos un nido de quebrantahuesos en un saliente rocoso. Al investigar, encontramos un pollo crecido en su interior. Mientras Antonio regresó a Madrid en busca de equipo fotográfico adicional, yo monté un escondite sencillo pero con buenas vistas del nido. Desde allí, Antonio capturó numerosas fotografías, que resultaron ser las primeras imágenes en color de esta especie tomadas en España. Más adelante, este nido también fue documentado por el equipo de Félix Rodríguez de la Fuente».

https://www.rtve.es/alacarta/videos/el-hombre-y-la-tierra/hombre-tierra-fauna-iberica-borde-extincion-2/3277478/

«Sus Zuecos de Enfermero» por Manuel Carmona

«En el año 2014 tuve el placer de conocer a Antonio Camoyán durante un encuentro de fotógrafos en la Dehesa de Abajo. En cuanto nos saludamos, él me dijo: «Yo te conozco, ya hablaremos». Aproximadamente treinta minutos después, ya estábamos ambos en su coche y él comenzó a hablar sobre fotografía y a compartir sorprendentes historias. En pocas palabras, Antonio es alguien que jamás se olvida, que deja una huella imborrable sin importar cuántos años pasen.

Su relación con Río Tinto era casi mágica. Tanto es así que, mientras el resto de fotógrafos nos acercábamos al río con calzado adecuado, a él le gustaba usar simples zuecos de enfermero. Incluso en sus últimos años, se movía por las piedras del río de manera asombrosa, dejándome boquiabierto. En una ocasión, nos aproximamos a una zona del río donde había que descender una empinada pendiente por terreno pedregoso. Al comenzar, me confesó que se sentía asfixiado y que me esperaría en el coche. Después de insistirle en que lo ayudaría, acordamos que yo bajaría primero y él lo haría más lentamente. Pero, al llegar al río y pocos segundos después, miré hacia atrás y allí estaba él, a pocos metros de distancia y, cómo no, con sus característicos zuecos de enfermero».

«El Rey Mago» por Mijite

«Mucho se ha escrito en estos últimos días tras conocerse el fallecimiento de Antonio Camoyán, palabras sentidas y escritas desde el corazón. Me siento tremendamente afortunado por haber tenido la oportunidad de compartir muchos y buenos momentos con el maestro. Cada rato en su compañía era una lección magistral, pero lo que más valoro es haber sido amigo de la persona buena y generosa que fue Antonio Camoyán. Hace unos años, uno de mis sobrinos, un gran amante de la naturaleza que solía escucharme hablar del «señor del Tinto», me pidió como regalo de los Reyes Magos la posibilidad de conocer en persona al célebre Camoyán. ¡Qué decir de aquella jornada mágica en la Dehesa de Abajo! Antonio se presentó con una de sus fotos emblemáticas impresas en lienzo, un intrusismo paisajístico del Tinto al que le gustaba llamar «la escoba de la suerte». Con gran ternura, entregó la fotografía a mi sobrino, como se regalan las cosas a los seres queridos».

«A la Vera del Maestro» por Juan Tapia

Hemos tenido la fortuna de contar con una colaboración tan especial como la de Antonio en nuestro libro «Pinceladas de Luz». Una vez que lo imprimimos, me puse en contacto con él alrededor de junio de este año para regalarle un ejemplar. Dos meses más tarde, le envié un mensaje por WhatsApp: – Antonio, ¿recibiste el libro? Nunca obtuve respuesta, ya que en esos últimos tiempos estaba desconectado del mundo debido a su enfermedad. Dos días después de su fallecimiento, recibí un mensaje privado en Facebook de su hija, Jara Camoyán, quien estaba ocupándose de asuntos relacionados con su padre, incluyendo los mensajes en su teléfono sin contestar. Se puso en contacto conmigo para informarme que, de hecho, él había recibido el libro y que ella misma lo llevó al hospital, sin saber que era mío, para entretenerlo. Además, me compartió que lo había estado releyendo hasta su último aliento. Estas hermosas palabras de su hija me emocionaron profundamente, ya que me hizo sentir que siempre estuve a su lado.

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