Hubo un tiempo atrás en el que me obsesioné con el trabajo de Isabel Diez, no solo por la estética que conseguía, sino porque sus imágenes hablaban por sí solas. Lograba erizar el bello de mi cuerpo y su obra me devolvió la pasión en una etapa de desánimo, donde la simple colección de especies no me llevaba a ninguna parte.
Comencé a salir al campo en busca de las imágenes de Isabel, adentrándome en ese fascinante mundo de detalles y texturas. Me sentía cómodo e ilusionado fotografiándolas, pero al llegar a casa las cosas cambiaban. Las imágenes que iba obteniendo no me decían nada; una tras otra, iban a parar a la papelera del escritorio, como el escritor que rompe una y otra vez ese papel en blanco huérfano de sentimiento.
Nunca conseguí imitar la esencia que Isabel dejaba impregnada en sus obras, eran imágenes forzadas en busca de estética, nada más, pero cada fotografía debe tener más capas. No lograba descifrar por qué mis imágenes no tenían esa chispa, ese matiz que emociona al espectador, pero esa pócima mágica no era tan fácil de encontrar.
Poco a poco fui olvidando a Isabel y aunque no me gustaban los resultados que obtenía, su mirada me ayudó a ver, no solo con los ojos.
Hubo una fotografía que marcó un antes y un después.
Una mañana decidí capturar el amanecer en una cala del Cabo de Gata. La noche anterior hubo temporal y cuando llegué al lugar, todo era pura sensación. Seguro que muchos de vosotros habéis sentido alguna vez la sensación de intuir que lo que tenéis frente a vosotros tiene algo especial, que estáis viviendo un momento irrepetible, no solo por la luz, sino también por cómo recibís esos estímulos emocionales que la naturaleza nos ofrece en ocasiones. La orilla de la cala se encontraba llena de algas, la fuerza de las olas había formado un cementerio vegetal. El lugar ofrecía mucha fuerza con el angular, pero mi mirada se quedó clavada en un paisaje minúsculo, delicado y expresivo. Una madeja de algas se encontraba atrapada en una roca, parecía haberse aferrado a la vida nuevamente para no acabar agonizando en la orilla con las demás.
Al menos, eso fue lo que sentí aquella mañana en aquel lugar. Era una imagen que me recordaba al estilo de Isabel por su carga estética, pero esta imagen sí tenía esa otra capa emocional que por primera vez puse en una fotografía. Es para mí una fotografía sin fecha de caducidad.
Hay una frase que dice: «siente y sentirán», y es que después de realizar esta imagen, me quedó muy claro que la mirada, solo hay que cogerla prestada en esos momentos de aprendizaje e inspiración, pero que para crear obra personal tendremos que mirar con nuestros propios ojos.