LA LUZ Y EL COLOR EN LOS MIMBRES DE CAÑAMARES

Artículo publicado en la revista digital LNH#

Hace algún tiempo, David Santiago me hablaba una y otra vez sobre un lugar mágico. Siempre me lo contaba con cierta excitación. Un lugar en el que él ya había trabajado muchísimas veces, logrando un trabajo fotográfico extraordinario. A través de sus fotos conocí Cañamares, pero solo desde la distancia. Sin duda, un enclave que me recordaba mucho al río Tinto por la personalidad de su color, donde sus cauces no eran de agua, sino de clorofila.

Cañamares es un pequeño pueblo en el Parque Natural de la Serranía de Cuenca, donde se ha desarrollado el cultivo del mimbre desde el siglo XVI. A finales de octubre o principios de noviembre, el mimbre va perdiendo sus hojas, dejando al descubierto sus tallos rojos que contrastan con el amarillo de los chopos y el verde de los pinos. Una paleta cromática que inspiró a pintores y que cautiva a cualquier persona que pise esta tierra.

Conocí este lugar gracias a mi primer taller que impartí con David Santiago sobre fotografía: «La luz y el color en los mimbres de Cañamares». Esta filosofía de taller nació con «PICTIO, en compañía de la pintura»; un proyecto de nuestro colectivo Portfolio Natural sobre influencias pictóricas en la fotografía. La idea era crear un taller fotográfico fuera de los clichés para ofrecer algo novedoso, divertido y didáctico, con el propósito de explorar la expresión más artística de los estudiantes.

Para lograrlo, nos sumergimos en la historia del arte, descubriendo cómo algunos estilos pictóricos como el impresionismo, simbolismo, surrealismo y abstracción trabajaban la expresividad. Todos estos lenguajes artísticos siempre obligan al alumno a alejarse del documentalismo fotográfico y comenzar a desarrollar su interpretación y expresión ante un mismo paisaje.

«En la primera fotografía que les presento, trabajé un movimiento pictórico como el simbolismo. Dos hojas de mimbre simétricas y desenfocadas forman un corazón, actuando como símbolo. De esta manera, la imagen adquiere connotaciones adicionales. Por otro lado, en la otra imagen, un plano negro predominante emerge de una zona de sombra sobre el mimbre. En esta situación, opté por utilizar la clave baja para aportar mayor protagonismo a la línea superior del mimbre. El minimalismo emplea frecuentemente esta estrategia de incorporar amplios espacios vacíos en sus obras para resaltar lo esencial.»

Entre una convocatoria y la siguiente, estuvimos visitando el valle del río Escabas para tomar algunas fotografías para mi trabajo. Quise abordar muchos de los ejercicios propuestos a los alumnos como ejercicios personales. Trabajé con la clave baja, movimientos de cámara, desenfoques, planos cromáticos, uso de vaselina y algunos recursos narrativos como la metáfora. Esto me permitió explorar el lugar de manera diferente y ver el potencial de cada movimiento pictórico.

Mi recorrido por este paisaje fue realmente impactante, no solo visualmente por su explosión de color, sino también emocionalmente por su simbología, transmitiéndome muchas veces alegría, pasión y energía, pero también peligro, inventando el fuego en mi mente.

«Este rincón me hizo soñar como un surrealista, plasmando el paisaje a través de mi imaginación en busca de engañar al espectador. En una primera aproximación estética, enfoqué un grupo de chopos en segundo plano, mientras que el primer plano quedó desenfocado al trabajar con un objetivo 70-200mm y un diafragma intermedio. Me gustó el resultado, pero me di cuenta de que podía transmitir un mensaje. El mimbre desenfocado me evocaba el fuego. Abrí el diafragma aún más a F2.8 para quedarme solo con su forma, y el color rojo del mimbre hizo el resto para construir una metáfora visual. El mimbre se convirtió en llamas. El fondo seguía siendo importante en la composición para lograr un diálogo entre los elementos. Sin duda, una imagen irreal en la que se podría hablar de la constante amenaza del fuego hacia nuestros bosques.»

Pero sobre todo, mi experiencia con el entorno estuvo cargada de sensaciones, ya que en todo momento sentí que estaba frente a una pintura debido a su amplio abanico cromático que iba desde los colores más intensos hasta los más suaves, dependiendo de la luz que incidía en el paisaje. El sol, como fuente de luz, se convertía en el gran artista y sus cualidades en su paleta. La intensidad, el color, la calidad y la dirección de la luz afectaban continuamente el color del mimbre a lo largo del día.

Con las primeras luces del alba, los mimbres se mostraban apagados, en tonos pardos rojizos. Necesitaban esperar a que el astro ganara altura y superara las cadenas de montañas que rodeaban estos cultivos para que comenzara el festival de los caducifolios, ofreciéndonos una paleta de rojos casi infinita. Dependiendo de la incidencia de la luz, podíamos apreciar tonos bermellón, carmesí y carmín, y cuando el sol era más intenso, incluso el escarlata.

Durante toda la semana, mientras disparaba el obturador de mi cámara, tuve en muchas ocasiones la sensación de estar pintando el paisaje, como lo haría un pintor armado con sus pinceles, paleta de colores, caballete y lienzo. Llegué como fotógrafo, pero me fui como un pictorialista deseoso de encontrar la artisticidad en su obra.

«En algún momento, me sentí impresionista, con mi trípode como caballete y mi sensor como lienzo, observando cómo la luz afectaba los colores del paisaje. Mi mano movía el pincel con obturaciones lentas en busca de la expresividad de un trazo. Ese trazo a veces eran manchas, líneas o puntos, al igual que lo hacían los maestros Claude Monet, Georges Seurat o Vincent Van Gogh, en busca de una impresión, un paisaje particular desde el punto de vista del autor, pero manteniendo en todo momento su carácter figurativo.»

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